Tales from the Unconscious
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No Blood

Todos se habían ido a comprar las entradas, y yo me quedé sola con él. Aprovechó la oportunidad para sentarse más cerca de mí mientras me hablaba al oído. Me empezó a besar en el cuello, y aunque me sentía muy atraída hacia él, tuve que rechazarlo porque tenía novia, y no me parecía justo. Tomó un poco de distancia y siguió hablándome como si nada hasta que el Tony Montana de la tapa del DVD de Scarface lo interrumpió:

—I know that. But you know why? Because you got your head up your culo, that's why. That fucking guy. He never tells the truth. That motherfucker.

Tony tenía razón, pero no tenía ganas de escucharlo así que puse el DVD boca abajo para que se callara. En eso apareció la dueña del lugar, que pensó que estaba tratando de robarme la película y me rebanó la mano con un objeto filoso que no llegué a ver.

Grité atónita no porque me faltaba una mano sino porque no me brotó ni una gota de sangre. También me pareció raro que no me doliera ni un poco. Enseguida la dueña del lugar, arrepentida, se puso a buscar mi mano, que había caído detrás de un mueble. Tardó un rato en encontrarla. Cuando la sacó, estaba llena de telarañas. La limpió como pudo y la metió en una bolsa transparente.

Con mi mano en una bolsa y la bolsa en la cartera, salimos rápido a la calle y nos subimos al auto de él, que me llevó al hospital más cercano. Me acompañó hasta la guardia y dijo que me iba a esperar afuera mientras se fumaba un cigarrillo. Ahí me atendió un médico muy joven e inexperto, que se puso a temblar cuando vio que no me sangraba la herida. Invitó a otro médico, muy joven también, a contemplar el espectáculo, y éste me cosió la mano ahí mismo. Dijo que no era necesario operar porque no había sangre. No confié mucho en ellos, pero cuando estuve a punto protestar para que me viera un médico con más experiencia, la mano ya estaba unida a mi brazo como si nada hubiera pasado. Me mandaron a casa y dijeron que no me preocupara, que estaba todo bien.

Salí de la guardia y no lo vi. Busqué su auto, y tampoco estaba donde lo habíamos dejado. Entonces me tomé un taxi hasta casa y una pastilla para dormir de las que había comprado para mamá. Cuando llegué, el somnífero ya me estaba haciendo efecto y me dormí enseguida. Dormí un par de horas hasta que una tos asfixiante me despertó y me llenó los ojos de lágrimas. Me estiré para prender la luz y vi que la mano cosida se había puesto negra y el color se iba extendiendo por el resto del brazo. Seguí tosiendo y empecé a vomitar sangre. Cada vez vomitaba más. No podía respirar. Toda la sangre que no había brotado de la herida, ahora me salía por la boca. Estuve un rato largo pintando las sábanas de rojo hasta que la mano empezó a recobrar su color normal, y dejé de desangrarme por la boca. Apagué la luz y me volví a dormir.

Long Time No See

Me acerqué por atrás y lo vi de espaldas, en cuclillas, levantando algo del piso. Cuando se dio vuelta no pude evitar sonreírle. Apenas podía recordar su cara. Me miró en silencio y me volvió a dar la espalda enojado.

—Permiso. ¿Puedo pasar?

—No —respondió serio.

—Ey, ¿te pasa algo?

Todo indicaba que sí le pasaba algo. Pero no lo había visto en nueve años. (En realidad, hace poco lo vi desde el colectivo. Corría por Av. Congreso mientras escuchaba música. Se me aceleró el corazón, y me dieron ganas de gritar su nombre, pero me contuve.) Hacía nueve años que no teníamos ningún tipo de contacto. No recuerdo haberle hecho nada para que estuviera enojado.

Se puso de pie y me enfrentó:

—Todo este tiempo me mentiste.

—¿Yo? ¿En qué te mentí? —le pregunté sin poder salir de mi asombro.

—Bueno, me ocultaste. Es lo mismo.

—No sé de qué hablás.

—De lo que te pasaba conmigo —dijo ablandándose.

Uy, no. Todo eso había quedado atrás, muy atrás. Ya me había olvidado de lo que sentía por él. Además, ¿más indicios de los que le había dado? A veces caía tan bajo que me daba vergüenza ajena (¿o propia?).

—Pensé que te habías dado cuenta —le respondí inocentemente bajando la mirada, mientras me subía el color a las mejillas, e imaginaba en un flash cómo hubieran sido estos nueve años cerca de él.

Me levantó el mentón con la punta de los dedos, y me vi reflejada en sus ojos negros, que se cerraron cuando sentí el calor de sus labios en los míos. Cuántas veces había fantaseado con ese beso... Fue tan perfecto que superó todo lo que había imaginado de adolescente. Nos miramos unos segundos, y me di cuenta de que había algo más que no me estaba diciendo. Tuve miedo de preguntarle así que seguí besándolo como si el tiempo hubiera dejado de existir. Cuando paramos para tomar aire, no tuvo mejor idea que mostrarme lo que había levantado del piso. Era una tarjeta blanca que decía: “Somos los protagonistas de una historia que se irá escribiendo día tras día. Para compartir con nosotros uno de los capítulos más lindos de nuestra vida, los invitamos a la celebración de nuestro casamiento...”

—Ah, bueno... —Me sentí una idiota—. ¿Me estás invitando a tu casamiento o a tu despedida de soltero? No entiendo.

—Te estoy mostrando lo que te perdiste por cagona —me respondió soberbio.

—¿Yo cagona? ¿Y vos qué, nene? —le reproché indignada mientras con una mano en su pecho lo alejaba de mí—. Bueno, suerte che, que sean felices. Ojalá que el suyo no termine en divorcio —le dije irónica y llena de bronca porque no estaba en mis planes cruzármelo después de tanto tiempo, y que removiera el pasado sin pedir permiso, y que estuviera enojado por mi silencio y que me besara como nadie y que me dijera cagona y que se casara con otra, y que me importara.

 

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